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José Martí, el Apóstol de Cuba - Biografía comentada

Venerada por todo cubano que se precie de serlo, la figura de José Martí es recordada en el aniversario 155 de su natalicio.
A lo largo del siglo, los historiadores y maestros de esta isla han cultivado con intensidad eso que, sin vergüenza ni sonrojo, podemos llamar el culto a
Martí. No mediaba en ello el deseo egoísta de llamar la atención hacia lo nuestro como algo diferente, único, pero lo cierto es que nuestro Apóstol tenía cualidades excepcionales dentro del grupo de hombres de pensamiento en el continente americano.
(…) Cada uno de los próceres reconocidos tiene su título propio: El Libertador (Bolívar), el Benemérito de las Américas (Juárez), el Protector de los Pueblos Libres... Con este último sobrenombre pasó a la historia el uruguayo José Gervasio Artigas (1764-1850). La marcha que realizara en 1812 desde el sur hasta el norte, conocida como el Éxodo del pueblo oriental , es solo comparable a la del pueblo hebreo guiado por Moisés.
(…) De esta forma, llegamos hasta el propio José Martí... Cuando hablo sobre él, me refiero al hombre, porque siempre le veré así. Gran error sería empezar a reunir oro y a tallar cornucopias para, una vez más, con una aureola de santo colocarle en el altar. Sus virtudes serían entonces inimitables.
Era grande y vario su talento , escribió Enrique Collazo, quien durante un tiempo no le quiso mucho. Y es que Martí asombraba. Durante la primera juventud había alcanzado un dominio sorprendente de la realidad mundial: viajaba por los clásicos del pensamiento desde Grecia y Roma hasta hurgar en los pueblos más antiguos, cultos y ancestrales de los países del Oriente. Tenía el don de expresarse en la lengua materna y en otras. Es decir, habló y se preparó para interpretar los idiomas determinantes en el mundo de su tiempo.
(…) Al dominar varios idiomas, también pudo hablar con el francés que él y los cubanos de su tiempo consideraron el genio supremo de los derechos civiles: Víctor Hugo. Le impresiona sobremanera el poderoso cronista de los acontecimientos acaecidos en la Francia posterior a la gran revolución de 1789 y su eco en 1848.
Martí resumiría, en sí, el espíritu y la obra de aquellos cubanos como el presbítero José Agustín Caballero, José Antonio Saco, Domingo del Monte... y el
Padre Varela, cuyos restos reposan en el cenotafio de mármol en el Aula Magna de la Universidad de La Habana , fundada hace exactamente 280 años. (…) Cuba ha sido pródiga en mujeres y hombres de talento, dotados del don de la elocuencia. Un país donde la palabra viva ha tenido un significado preponderante, esencial e insustituible.
Podemos editar centenares de libros y periódicos, pero es necesaria la palabra para llegar al corazón del pueblo cubano. Pero además de ser orador y un lector insaciable, Martí era un artista, que, además, sabía reconocer el talento de los otros. (…)
¡Cuántas veces le habrán halado la oreja en el patio de la casa! Cuánto le habrán dolido a Martí en el corazón aquellas tantas veces repetidas palabras en las cartas de su madre admirable: mientras tú no puedas alejarte de todo lo que sea política y periodismo, no tendrás un día de tranquilidad (...) o yo creo, hijo, que mientras tú no sueltes los papeles de los periódicos, tu suerte no variará (...). Pero tales cosas debió soportarlas desde el amor que siempre profesó a sus buenos y generosos progenitores, quienes le amaban infinitamente.
(…) Hay que entender que Martí no era una mansa paloma, ni andaba desvanecido por las esquinas, oliendo flores... Era de ideas fijas, obsesivo en lo que debía buscar, persistente... Sufría decepciones porque quería conquistar espíritus y todo el mundo no es conquistable. Amando la belleza, renunció a ella... Queriendo los libros hermosos —y no los más baratos, que se deshojan tras dejar el conocimiento en el corazón y la memoria—, solamente pudo tener aquellos cuyas páginas llenó de notas escritas apresuradas en los márgenes... Amando a las mujeres —como ellas deben amar a los hombres: con pasión—, y siendo él mismo un gran amador, debió renunciar dolorosamente y casarse con la novia etérea y distante... Por eso, el anillo de hierro, con el nombre de Cuba, es el símbolo de su extraño y excepcional matrimonio.(…)
El legado infinito de
Martí yace en su copiosa correspondencia, en su oratoria, en su obra periodística, en su labor como conspirador revolucionario... Todo ello revela su capacidad para convencer, para persuadir, para unir..., sobreviviendo a las flechas envenenadas de los envidiosos y mediocres, porque hay quienes admiran, pero con rabia. Él logró hacer un periódico de un sinnúmero de periódicos; un partido, de otras tantas facciones y banderas; una voz, de incontables voces... para convertirse en el líder indiscutible de la nación cubana. De ahí que un obrero y un maestro de los pobres le llamasen Apóstol; se lo decían con la misma humildad y reconocimiento con que —años atrás— otros habían identificado a El Libertador.
(…) Pero Cuba tiene un solo Apóstol. Aquí no hay doce, ni cuatro ni seis; hay uno. Porque él no vivió en francachelas ni en disipaciones, sino con la sobriedad de los apóstoles. Porque tenía ese carisma que, según los griegos, era capaz de encender un fuego inextinguible en los corazones y en la conciencia de los demás (…)
(…) A su muerte, a la que asistió como a nupcias indispensables, acude con el dolor y el sentimiento de que los compañeros pudiesen considerar que ese no era su lugar. El destino lo colocó en el camino: ante un barranco, el cañón del río... Cuando contemplamos la llanura en que se consumió su calvario, parados en la orilla y ante el tropel de las aguas crecidas de mayo, imaginamos el vado...
Mi verso crecerá: bajo la yerba, / yo también creceré (...) , dijo una vez. Y creció el verso porque la poesía no era solamente la rima mecánica, sino el soplo vital que la anima y la inspiración que la promueve. (…)
Cuando un agnóstico me pregunta: ¿Es que Martí habló o profetizó de todo? Le digo que desconocen la integridad e inmensidad de su obra moral. Y cuando hacemos de lo histórico una reducción mecánica, omitimos el logro principal, el mayor, el más relevante de la Revolución cubana: su obra moral. Como ha afirmado
Cintio Vitier, Martí no ha dejado ni un solo cabo suelto en la historia de Cuba. Trató de dar solución a grandes enigmas y complejidades de su tiempo y del futuro. Su pensamiento nos ha llevado a perseguir como ideal la unidad continental, proyecto que se mantiene latente en nuestros días.
(…) Esa es la fuerza salvadora, de ahí que en el alma de los cubanos encuentre cobijo ese culto legítimo a un hombre que no solo fue de su tiempo, sino de todos los tiempos; no solo de Cuba, sino del mundo entero:
José Martí.
Extraído de un artículo escrito por Eusebio Leal Spengler, publicado en el periódico Granma.
Enviado por "Soy cubano".

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