De la mano con el recuerdo de mi tía
Ya que a lectores y participantes del blog les gusta tanto como a mí el café, propongo que nos tomemos uno y, mientras adoramos su perfume (El perfume), pongamos a funcionar nuestra “máquina de hacer pájaros” - ese artefacto es, para mí, abrir la caja de los recuerdos; para otros, la de la imaginación; para otros, la de las fantasías más ocultas- (El rock nacional durante la dictadura [Argentina])
Yo era una niñita y mi tía solía sacarme a pasear…
Era una de esas tías que “hacen época” para siempre en la vida de los privilegiados que pudimos disfrutarlas: un personaje que no se borra nunca de los días, aun de los que siguen a su vejez y a su muerte después de muchos años (Ciclo vital humano: ancianidad).
Linda, morochísima, con un humor muy dulce, había sido maestra (Imágenes en torno a la mujer).
Tenía un cuaderno en el que iba anotando a medida que su memoria se lo permitía graciosos relatos, y retratos, de los que habían sido sus alumnos (El abandono escolar desde la perspectiva de los propios alumnos)
Hablaba con tanto amor sobre las cosas y las personas que yo intuía desde mi breve edad que ella quería de veras a la humanidad entera con sus plantas, animales y piedras, lo que no es decir poco, ni es algo que se pueda asegurar de muchos (Naturaleza).
A veces tomaba una vieja guitarra y cantaba con toda la alegría que hay en el mundo (El cuatro en Venezuela)
Mi tía me llevó cuando yo era muy pequeña al teatro (El fantasma del Teatro Municipal, de Enrique Butti), a conciertos, a espectáculos de todo tipo y hasta a conferencias cuyo contenido intentaba explicarme después.
También a misa, porque era muy católica, pero de esas católicas que exclaman, con una poeta que ella me enseñó a amar, Santa Teresa (Poesía de Santa Teresa. Del logocentrismo a la otra lógica):
“No me mueve mi Dios para quererte
El cielo que me tienes prometido,
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por eso de ofenderte”.
O con San Francisco de Asís:
“Señor, haz de mí un instrumento de tu Paz”.
Y fue precisamente con esa tía adorable - mis hermanos y yo la llamábamos “Tata”- que fui al cine, una tarde, a ver una película sobre la vida de Schubert, el músico.
Vimos La Sinfonía Inconclusa.
Cuando salimos yo tenía un poco de angustia, un gusto dulce por la música y una sensación triste porque Schubert no hubiera podido terminar una obra tan bella (Música).
Mi tía me llevó a “tomar algo”, como decíamos de chicos con tanta ilusión por lo que íbamos a beber y comer de chocolate y otras golosinas, a una confitería donde un pianista alegraba la tarde, y me calmé.
(Continue leyendo este artículo y deje su comentario en nuestro Blog: "Nostalgico repaso de obras inacabadas")
Por Mora Torres.
Un buen trabajo, como siempre, de la editorialista de Monografías.com. (OyD)