Al promediar la tarde de aquel día
cuando iba mi habitual adiós a darte
fue una vaga congoja de dejarte
la que me hizo saber que te quería.
Tu alma, sin comprenderlo, ya sabía,
con tu rubor me iluminó al hablarte
y al separarnos te pusiste aparte
del grupo, amedrentada todavía.
Fue silencio y temblor nuestra sorpresa
mas ya la plenitud de la promesa
nos infundía un júbilo tan blando
que vuestros labios suspiraron quedos
y tu alma estremecíase en tus dedos
como si se estuviera deshojando.
Leopoldo Lugones