Villeta ya no es el pueblo que cuando soplaba el viento norte, parecía ser llevado de aquí para allá por el polvo callejero.
Bastante ha cambiado por dentro, las veces que su sangre se ha detenido, pues muchos de sus moradores ya no están, y en su reemplazo (la cal y la arena no tienen memoria), han sido levantados muros, casas con fachadas que llaman la atención de los extraños, por su diseño y por sus colores variados.
Permanece, como un árbol estoico, fiel a la colina, la casa de los Navarro. Por lo menos, aún están inalterables aquellos hieráticos leones de sus pilares, que tanto ponderó en su visita al pueblo, el escritor y poeta Hugo Rodríguez-Alcalá.
También permanece, fiel a la historia, a un tiempo ido para siempre y por siempre, la gran casa de corredor yeré (única en su género), de don Blas Fretes. La construcción es un cúmulo de arquitectura, y un sitio que nos retrotrae a un pasado de formas antiguas junto con la iglesia “Virgen del Rosario” y la plaza, ahora toda vestida de novedad.
Antes las casas eran viejas, y la gente también.
Y había un sitio, el local del Centro Jóvenes Unidos, al que íbamos las muchachas sábado tras sábado, para bailar siguiendo las intenciones de las canciones de gente muy de moda, talentos como Sergio Denis, Los ángeles negros, Nino Bravo, Nicola Di Bari. Y cómo nos animábamos cuando caía una ligera llovizna, pues entonces sabíamos que no llevaríamos la cuenta del tiempo, y nos desplazaríamos en su transcurso sin saber ya de nosotras, mientras nuestros padres rezongarían, con razón, en nuestras casas.
Villeta es otro sitio. Dos semanas atrás estuve por allí, y me quedé gratamente sorprendida al observar sus semáforos hace poco tiempo instalados. Pero si antes caminábamos por las calles, y la gente llevaba conversación tranquila, en plena ruta, transitada, de cuando en cuando, por algún viejo colectivo.
La calle o avenida principal del pueblo se llama Mariscal Francisco Solano López. Y creo que podría superar en originalidad a otros pueblos del interior del país, pues son sus canteros, surtidos con plantas diversas, una atractiva estampa que da su sello aparte a la llamada “Vereda única”.
Pero eso no es todo.
Un poco de paciencia, porque quiero contar al turista, a la gente de los alrededores, la exquisitez que se aprecia en sus pérgolas, sus bancos y sus faroles.
La Municipalidad de Villeta ha hecho posible ese nuevo rostro del pueblo, y es digno de destacar.
Y el pueblo es otro, pero también es el mismo.
Está instalado en las costumbres de su gente.
Y que sepa la gente, que sus primeros años, los de su niñez, los vivió en ella, el ilustre don Manuel Gondra. De modo que este pueblo que se levanta y se acuesta todos los días con el río Paraguay, está entreverado con la historia.
Tiene un polvo del pasado, y un vigor y un afán del futuro, Villet Del Guarnipitán.
No hago publicidad de mi pago. Digo lo que veo, lo que constato, lo que la gente de dicho sitio es capaz de hacer, mediante la fuerza de voluntad.
Y qué más decir, sino que ese sitio, desde cuyo puerto se exportaban, tiempo atrás, naranjas al exterior, hoy se abre a mejores aires con colegios y escuelas que cuentan con surtidas bibliotecas.
Larga vida a ese pueblo, que es otro, pero también es el mismo.
delfina@abc.com.py
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