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El gran desafío: UNA HOJA EN BLANCO - Por E J Salleras


El gran desafío
UNA HOJA EN BLANCO
Eduardo Juan Salleras, 24 de noviembre de 2013.-
Se autoriza su publicación solamente en forma completa y nombrando la fuente
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Estoy frente a mi querida amiga la hoja en blanco.
Siendo las 4.30 de la mañana y domingo, es una situación lógica.
Si bien tengo algunos temas en la mente, incluso garabatos en una libreta, pretendo, en un día feriado (no para mí), que fluya cualquier antojo literario y escribir sobre él.
Sin embargo la hoja en blanco siempre fue un tema superior.

Cualquier artista: pintor, músico o escritor, comienza con una hoja en blanco.
Luego hay que llenarla con algo que sea atractivo, desde los colores, el sonido o las letras, generalmente para que guste a otros y también al propio creador.
Unas pinceladas de distintos tonos; alguna escala musical de negras, fusas y semifusas; o la mente artesana de un escritor al inicio de una narración.

La hoja en blanco puede ser un problema, lleva muchas veces a la frustración. Estar frente a ella paralizado, como aquel enamorado que quiere expresarle su sentimiento a la mujer querida y no encuentra las palabras o el momento, incluso puede tener pudor o temor a ser rechazado, también ignorado… aquel que escribe su prosa y nadie la lee, o peor aún, no se atreve a compartirla.
Pero puede ser una puerta o una ventana que se abre, que nos permite salir de donde estamos o dejar entrar luz y aire fresco a nuestra vida. Descargar la angustia, la euforia o la alegría que llevamos dentro de acuerdo al momento que vivimos.

Si prestamos atención, en la vida hay una permanente hoja en blanco en la que debemos dibujar o escribir, día a día, lo que llamamos nuestro destino.

Recuerdo, en mis tiempos de estudiante mediocre, cuando me sentaba a dar un examen y la veía ahí, frente a mí esperándome, diría casi con escepticismo, y yo, tomándome la hora entera, con la ilusión de recibir, aunque sea a último momento, la iluminación divina que me permitiera escribir sobre lo que no sabía y con ello encantar luego a mi corrector, el maestro. Bueno, eso nunca pasó.

También me ocurrió haber estudiado mucho pero no lo que debía y así otra página intacta, mirándome aburrida.

Para el profesional, empresario, comerciante u otro, que organizado lleva su agenda, en ella siempre hay una hoja en blanco que llenar, que programar.

Cuando uno llega a fin de año, y el transcurrido no fue del todo bueno, piensa en dar una vuelta de página para encontrar la próxima libre, intacta.

Reiteradamente nos ocurre que pretendemos tachar la carilla escrita o arrancarla directamente, dejándola ahí, y comenzar de nuevo. El que vive haciendo eso tiene un serio problema, porque pasan los años, con un pasado lleno de lo que se consideró errores, tachones, y una plancha virgen delante que sospecha que va a reincidir.

Pero en definitiva, para mí, una hoja en blanco es un llamado a pensar y escribir.
Es un desafío… ahí esta ella esperándome inquieta, ansiosa. Sabe que más allá del momento que esté viviendo, algo de mí se plasmará en su pálida cara.

Siempre se me hizo muy difícil ignorarla.
Nunca dejé demasiado tiempo sin esculpir sobre su fachada alguna locura, o el hecho romántico que me regala la vida, o un momento de inquietud y zozobra, y por qué no, de bronca.

Me ha tocado sentarme frente a ella en las madrugadas, cuando oscuro el día aun no comienza, durmiendo todos a mí alrededor, y yo, hirviendo en mi interior, cocinando en mi mente un tema que me fastidia, que necesito quitármelo de encima, como aquel que va al confesionario tremendamente molesto con la urgencia de ser perdonado, y porque no, cuando la gula nos cae mal… son artículos políticos, sociales, económicos…

No todos mis despertares tempraneros se comportan angustiosos.
Frecuentemente amanezco sin haber amanecido todavía, y contento. Teniendo el alma bendita por un sentimiento venturoso, ya sea de tinte romántico, idealista, novelero o solamente apasionado.

Algo en mí se moviliza dócil, apacible, como una caricia, es el encanto que me enseña de vez en cuando la vida - o siempre y no me doy cuenta porque me dejo distraer por los demonios - que me marca puntualmente situaciones, paisajes de lo cotidiano, de lo simple, que merecen todos ser moldeados en una hoja en blanco. Los he hecho canciones cuando era cantor y sin ninguna posibilidad de pintarlos, hoy escribo sobre ellos con una enorme satisfacción, la que me hace sentirme escritor.

Para serlo, al igual que el músico o el pintor, es de absoluta condición amar a esa hoja en blanco.

Esperarla como ella nos espera cuando nos sentamos en frente, y más allá de las lagunas que a veces se adueñan de mí, queda mansa, expectante, con la certeza que algo bueno voy a hacer.

Y así es ahora.
Pero esta vez la sorprendí, porque nunca imaginó que iba a escribir sobre ella.

Se puso cómoda, me dejó solo con mis ideas, tal vez habrá pensado: hoy serán letras de sangre o de miel, o de qué tema hablará su tinta…

Iba a escribir sobre otra cosa, garabatos de mi libreta, quizás no del todo convencido, abro la página… y ahí está.

En la peregrinación de nuestros días siempre hay una hoja en blanco en la que debemos escribir nuestra vida.
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EJS


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