UN POETA EMBLEMÁTICO DE LOS 60.
TENÍA 82 AÑOS.
FUE UN MAESTRO DE LA POESÍA POLÍTICA Y EXPERIMENTAL.
Leónidas Lamborghini murió. Había nacido en Buenos Aires en 1927. Fue uno de los maestros de la literatura de la década de los sesenta y luego, en los noventa, y no sólo -ni en su caso ni en otros- de la poesía concebida como ghetto experimental y lírico incrustado en un devenir en el que pareciera influir de lejos, o no influir.
Leónidas, el mayor de los Lamborghini, ha experimentado la poesía como jadeo -"balbuceo del oprimido", en sus palabras, que citaban a Franz Fanon- o como parodia, en el núcleo de la literatura argentina y de la historia argentina. Escribió una larga hilera de libros y razonó sobre ellos, desde el principio hasta el final. En su concepción de la poesía, ésta es un horno de laboratorio en el que se procesa la imposibilidad de decir en abierta transparencia.
Lamborghini fue el nombre obliterado de los sesenta, porque de ningún modo puede ser incluido en relación con una utopía, sino en relación con un martirio. Inscrito en el peronismo como padecimiento, no vio en él, en resumidas cuentas, más que una metafísica. A veces se expresaba a la manera decimonónica: "El poeta es el Prometeo que arrebata la palabra al silencio", dice en un reportaje de Silvina Friera, en 2006. Pero dice, también con lucidez, que sus palabras clave han sido las del título de su libro de 1971, clave: El solicitante descolocado. El solicitante es un demandante, nunca satisfecho; y un desplazado, un fuera de lugar. Para Lamborghini, este deseante construye con las palabras que le roba al silencio -y por silencio puede entenderse ideología, como visión estructurada y dominadora- y es siempre un insatisfecho. No lo es sólo el poeta: un científico puede serlo, un militante, el hablador de la esquina: el que ejerza la palabra para descolocar o para cambiar de lugar los trebejos del lenguaje, para evitar su oxidación o su depravación politiquera.
En la redacción de un diario, Lamborghini me habló de la poesía sin saber quién era yo. "Si los pastos conversaran..." me dijo. E indicó: "Fíjese: los pastos en realidad le conversan al tipo". Tenía una percepción casi anglosajona de la metáfora como una imagen material, perfectamente imaginable, y una cultura que enhebraba la gauchesca, la Divina Comedia y Alicia en el País de las Maravillas con la mitología argentina. Su infierno o su pesadilla se instalaban con fuerza singular en un horizonte urbano, entrecortado, contemporáneo, rugoso. Había comprendido en Alighieri que la potencia de su infierno es un prodigio de la literatura: un delirio de contornos precisos, detallados, realistas, como suelen ser a veces las cosas en los sueños. Inconclusas, pero poderosas, concretas.
Iba de uno a otro ángulo narrando siempre la aventura de lenguaje de su solicitante descolocado. Lo había hecho desde el principio. Y lo continuó con la visión de "Eva Perón en la hoguera", incluido en Partitas, en 1972, donde la pasión de Eva es en los dos sentidos: como deseo insatisfecho y como holocausto. El Descolocado también desplazaba el sentido de los textos canónicos de la literatura y de los cánones locales, principalmente la literatura argentina del siglo XIX, como en su Estanislao del mate, porque la persecución del autor, no de su personaje descolocado, era "la desdicha cantada y contada desde la diversión del tono del lenguaje".
Como todo gran poeta, Leónidas Lamborghini ha sido un tono. Y ese tono quebrado, no difuso, es su trazo sobre el silencio.
El solicitante descolocado -FRAGMENTO-
San Andrés caminaba
con altos botas de goma
ese inviemo.
Bajo lluvias continuas, localidad
sintió sobre sus tierras
motores y patas de telares.
Yo era control
y era el Alto Parlante voz de/ mando
infundiendo valor a mis peones
tratando de tomar por asalto/ los galpones
vacíos.
Caudillo entre mi gente
en medio de tan ruda batalla
soy derribado
al tiempo que mis hombres
conseguían entrar sobre grandes rodillos
entonces
sobreponiéndome
alcanzo a defender con victoria
toda esa época
la bandera del capital ajeno.
Por: Jorge Aulicino
Fuente: Clarín
Más información. www.clarin.com
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