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Cuentos de terror cortos - Apariciones


Apariciones

“El medicamento estaba adulterado”, eso dijo el médico, aunque no aclaró qué tenía. Como no hice una denuncia y me recuperé rápido, el asunto terminó ahí.

Tenía un mal menor y me habían dado una medicina. Tomé una pastilla antes de acostarme y allí empezó todo. Ya acostado, de pronto estuve inmerso en una oscuridad cerrada, absoluta. Estaba completamente conciente, aunque no pensaba en nada. Era como si la conciencia se hubiera despojado de todo lo que la rodea normalmente. Después, la sensación de descender, y de un momento a otro estaba en un cementerio, y no me encontraba solo.

Todo el cementerio palidecía bajo la luz de una luna llena. Unas apariciones horrendas se deslizaban entre panteones y lápidas. Se movían lento, iban, venían, cruzaban delante de otras apariciones. Yo me movía como si también fuera una aparición. Me desplazaba con la voluntad de hacerlo, no daba pasos.



Aterrado, quise huir de allí a toda prisa, pero no podía, y cuanto más ansioso estaba me deslizaba más lento. Miré mis manos, estaban esqueléticas, y suponiendo que mi cara lucía como la de los que estaban allí, no me atreví a palparla.

Las apariciones eran la imagen más espantosa que puede adquirir un cuerpo en descomposición.
Después de un tiempo que no sabría precisar bien, porque sentía demasiado terror, me di cuenta de que las apariciones no me daban importancia, solamente vagaban por el cementerio, aunque seguramente me veían. Y en ese instante surgió el terror a que me descubrieran.
Hasta ese momento, el cementerio no me era familiar, todo parecía antiguo, descuidado, mas tras avanzar otro trecho llegué a una parte más nueva y la reconocí: era el cementerio de mi ciudad.
Con un temor creciente a que me descubrieran, me desplacé no sé cuánto tiempo entre las apariciones.

Al cruzar al lado de un panteón, una de las almas en pena salió de atrás de éste y casi me intercepta, y lo que le quedaba de rostro se arrimó al mío, y al mirarme a los ojos me descubrió. Retrocedí, y cuando miré a mi alrededor, todos aquellos rostros espantosos se habían vuelto hacia mí, e increíblemente lucieron más aterradores todavía, y fue tanto el terror que sentí, que de pronto nuevamente estaba en mi cama. No digo que me desperté, porque aquello no fue una simple pesadilla, no fue un sueño. El primer indicio lo descubrí a la noche siguiente, cuando vi que la luna estaba en su fase llena, como en la “pesadilla”, algo por demás curioso, pues antes de aquella noche terrible no sabía qué luna había, aunque podía ser mera coincidencia. Pero lo segundo que descubrí me convenció del todo. Tuve que ir a un entierro, y después que terminó me adentré en la parte más antigua del cementerio, donde nunca había estado. Resultó que todo lo visto en la “pesadilla” existía, y reconocí varios de los panteones y otras cosas del lugar.

Publicado por Jorge Leal
En http://cuentosdeterrorcortos.blogspot.com.ar/
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