A medida que se vive se percata uno de las diferencias notables que se establecen en la realidad literaria y en la realidad cotidiana. Quizá buena porción de aquello a lo que denominamos literatura fantástica surge a raíz de experiencias vivenciales sumidas en la noche del alma.
Allí están los cuentos de Poe, Horacio Quiroga, Cortázar, que son material ilustrativo de primera mano, donde un hecho real pone en marcha todo el engranaje fantástico camuflado en la cotidianeidad, y no quiero hablar del Maestro, con mayúsculas, Juan Carlos Onetti y su Santa María, como decimos en el Río de la Plata, “un fenómeno”.
El realismo mágico instaurado en la literatura por Gabriel García Márquez, con discípulos más o menos falaces como Laura Esquivel e Isabel Allende, no es más que la constatación metafórica de una realidad que está en el ambiente cotidiano.
Un ejemplo clásico es ese cuento del ángel que viene a buscar al niño enfermo. Hasta ahí lo real. Luego viene García Márquez y patentiza a ese ángel, que es una superstición religiosa en boca de los abuelos, y lo convierte en un anciano con alas al que encierran en un gallinero.
Nuestra vida está conectada con “algo” que sobrepasa los razonamientos lógicos. A ese algo lo llamamos magia, azar, y otro conjunto de nombres que designan lo innombrable.
Si muchos autores utilizan la materia prima de esa realidad (que se escapa a las miradas atentas, que ablanda los objetos, que materializa los ángeles y demonios, que metaforiza el amor y los sueños) para escribir sus novelas, es necesario como lector leer las vicisitudes propias de esa realidad fantasmagórica, para comprender muchos personajes como el Quijote, Madame Bovary, Los Tres Mosqueteros, Frankenstein, etc.
Este juego de espejos entre lo real y lo fantástico tiene muchas variantes y forma parte tanto de la literatura como de nuestra vida diaria. Por esa razón Borges se pregunta y se responde: ¿En qué reside el encanto de los cuentos fantásticos?
Reside, creo, en el hecho de que no son invenciones arbitrarias, porque si fueran invenciones arbitrarias su número sería infinito, reside en el hecho de que, siendo fantástico, son símbolos de nosotros, de nuestra vida, del universo, de lo inevitable y misterioso de nuestra vida y todo ello nos lleva de la literatura a la filosofía.
Pensemos en las hipótesis de la filosofía, aún más extrañas que la literatura fantástica; en la idea platónica, por ejemplo de que cada uno de nosotros existe porque es un hombre arquetípico que está en los cielos. Pensemos en la doctrina de Berkeley, según la cual “toda nuestra vida es un sueño y lo único que existe son apariencias”.
La literatura en sus más variados géneros, intenta darle cuerpo a todo ese conjunto de dudas que desde hace bastante tiempo carcome el universo reflexivo del hombre. Trata si se quiere, en darle una significación más honda y trascendente a todo eso que parece deslizarse sobre la superficie de nuestra piel y que nos hiere sutilmente.
El hombre más que hecho de piel, alma y huesos está confeccionado de memoria, palabras e imaginación y es a través de ese inagotable invento, conocido como libro, que ha podido desdoblarse para leerse y escribirse.
Paulo Freire decía: “La lectura del universo antecede a la lectura de la palabra y por eso la anterior lectura de esta no puede prescindir de la continua lectura de aquél. Lenguaje y realidad están unidos dinámicamente. La comprensión del texto que se obtiene por la lectura crítica implica la percepción de las relaciones entre el texto y el contexto”.
Todo esto nos lleva a pensar que la escritura no es un acto fortuito, mucho menos es una actividad para domesticar el ocio de fin de semana. Ningún texto es inocente debido a que implícito tiene una lectura del mundo, una observación escrita de esos momentos cruciales o insignificantes que a cualquiera le toca vivir.
El peregrinaje personal que se realiza, para leer una buena porción de libros, responde a motivaciones particulares de cada cual; no obstante el acto de leer posee un rasgo característico: leer es un acto solitario, sin pautas ni parámetros preestablecidos.
La lectura de libros más que empujar hacia la vileza te empuja hacia la alegría. Se vive para comprender lo leído, para sentir en carne propia que sintió Don Quijote cuando armado de caballero se dispuso cristalizar en la realidad el mundo virtual de caballeros, damas en peligro, magia y gigantes de las novelas de caballería.
El gesto de Alonso Quijano desechaba por completo esa idea idílica de la literatura como ornamento intelectual, para devenir en actividad desgarrada que se traspapela con los sueños y la vida de los lectores.
Lic. Washington Daniel Gorosito Pérez: Escritor. Poeta. Ensayista. Investigador Licenciado en Periodismo. Analista de Información Internacional. Catedrático Universitario.
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