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Carmen Soler: La heroína que escribía versos - por Delfina Acosta
En una ocasión, Carmen, flor deshecha, moribunda casi, se cortó las venas de los brazos para no seguir siendo sometida a los crueles interrogatorios de los perros que olfateaban su sangre. De ese sitio de locura y muerte, la llevaron al Policlínico Policial, de donde la encerraron otra vez en un calabozo de “La Técnica”. Allí, cuenta su biografía, declaró una huelga de hambre por su libertad, que duró treinta días.
Aparece ahora un libro titulado Poesía reunidas. Con este volumen, muchos lectores que no tuvieron la oportunidad de conocer su obra poética, beberán de la fuente de sus versos que hablan de su incondicional entrega a una causa: la causa de su pueblo. Buscaba Carmen Soler, cuya figura es tan alta como la imagen de Violeta Parra, la chilena, o María Elena Walsh, la cantautora de Argentina, romper las cadenas de la dictadura stronista.
La colección “La mujer paraguaya en el Bicentenario” ha hecho posible la edición del material literario que estoy comentando. También aportaron lo suyo el Ateneo Cultural “Lidia Guanes” y la Secretaría de la Mujer. Publicó el texto la editorial Servilibro.
Son sus poesías un decir sincero, rotundo, con alas desplegadas hacia el éter. No hay en su poesía ornamentación ni artificios ni aquellos soplos superfluos con los que a veces, tantas veces, el poeta intenta engañar al lector poco avezado en las razones de Arte.
Su poesía, la poesía de Carmen Soler, o Carmen de América, es musicalidad, es afirmación de la vida ante el miedo, es lenguaje desgarrado y florecido al mismo tiempo. Su boca, que dice lo suyo, toca las fibras más íntimas del ser.
Escribe Augusto Roa Bastos, en la Revista Universidad, número 44, Santa Fe, 1960, unas palabras de rigor académico que pongo a consideración del lector:
“Últimamente ha surgido entre los nuevos la vigorosa personalidad de Carmen Soler. Ubicada en la línea social y popular inaugurada por Julio Correa, Carmen Soler representa por primera vez en la poesía paraguaya la irrupción de la mujer como poeta de combate. En sus poemas breves pero intensos, casi todos ellos en el ritmo del romance, se combina el acento popular con una rigurosa intuición poética, acaso bajo la influencia del cubano Nicolás Guillén, con quien se muestra emparentada espiritual e ideológicamente, más que formalmente”.
Qué sabias palabras las del maestro Augusto Roa Bastos, gloria del Paraguay, Premio Cervantes.
¿Por qué decía yo Carmen de América?
Cuando el lector acceda a las páginas de este libro, que contiene también poesías de amor y una buena cantidad de poemas inéditos, hallará que la autora, una itinerante perpetua, hacía suyas las vivencias, las genuinas expresiones de hombres y mujeres de los países a donde el viento del destino la llevaba.
Así, cantó a Nicaragua, a Chile, a Guatemala, a Haití, a Uruguay, a Cuba. Y cantó, y su canto fue acallado, muchas veces, pero fue corriendo bajo el agua y desplazándose por las raíces de los árboles. Luego, maduro ya, se hizo cómplice de la noche universal.
Su poesía amatoria es rotunda. Cuenta con bellas palabras el dolor y la alegría del amor que le zarandea de la piel y le clava una espinilla en el corazón, la misma espinilla que ella ha de lavar con la humedad, la saliva dulzona de su boca.
Su poesía social es excelente porque hace de la lucha contra la opresión la lámpara que habría de iluminar a muchos presos políticos encerrados en prisiones dantescas. Ella misma escribía bajo presión. Escribía sin saber qué pasaría con su existencia.
Y sus palabras eran la expresión más acabada de la fe en el triunfo de la causa, la causa comunista que abrazó, llagada, toda úlceras, codo a codo con otros infelices que dejaron sus vidas preciosas en las “pileteadas”. El dictador no sabía que Carmen, Carmen Soler de América, tenía una paciencia infinita y una confianza sui géneris. De hecho, en una carta, que el lector podrá apreciar, escribe a sus hermanos, su madre, su querida Metana y su amado Lui las siguientes líneas: “... Y desde este momento iniciaré de nuevo la huelga de hambre por el cese de todo tipo de torturas, la libertad de todos los presos políticos, mi libertad. Los dos primeros puntos, es para contribuir a la presión que están haciendo, aquí y afuera. Puede que consiga mi libertad y pueden que me dejen morir. El riesgo tengo que correrlo, como ya lo hice, lo volveré a hacer con la misma firmeza. Mi moral está alta y me siento fuerte y segura. Si muero, mi muerte será útil. Cuando estaba en el calabozo, ya muy debilitada físicamente, esa idea me sostenía. Sabía que mi decisión era justa, porque cuando a una persona se la coloca en la disyuntiva de tener que elegir entre la indignidad y la muerte, debe elegir la muerte y debe saber morir”.
Carmen Soler conoció muchos países, y vio el sufrimiento de su gente, y entendió que su herramienta de lucha podía ser la poesía. Su poesía no era panfletaria, ni mucho menos, pues era una poesía de vivencias, escrita a veces en los calabozos. Aquella vibración poética suya se alzaba por sobre la podredumbre de la realidad y buscaba el aire puro de la libertad soñada que daría, seguramente, más grandeza a sus versos.
Estaba hecha de ternura su obra.
Y de sangre.
Carmen Soler nació el 4 de agosto de 1924, en Asunción, y murió en el exilio, en Buenos Aires, el 19 de noviembre de 1985.
Su biografía es una historia de entradas a prisiones, torturas, destierros, pero también es un grito de triunfo, digno de ser imitado por todos los hombres y las mujeres del Paraguay.
Sala de torturas
A Esther Ballestrino,
detenida - desaparecida
Allí están sin amarras
los barcos infinitos.
Es un viaje extraño
en ese mar de gritos
espeso y sofocante
girando como ruedas
de un molinete brujo
en ese horror kafkiano
en ese absurdo obtuso.
Después llega el silencio.
Un silencio que plancha
el alma contra el piso.
Que allí todo es silencio
cuando todo no es grito.
Penas encimadas
Voy a decirlo de entrada
para el que quiera entender
son penas muy encimadas
el ser pobre y ser mujer.
Trabaja toda la vida
apenas para comer.
Tiene las penas del pobre
y más las de ser mujer.
La rica tiene derechos,
la pobre tiene deber.
Ya es mucho sufrir por pobre
y encima por ser mujer.
Está tan desamparada
y es madre y padre a la vez.
Derechos ni el de la queja,
por ser pobre y ser mujer.
Sobre su heroísmo de ayer.
En el papel la respetan.
Pero solo en el papel.
Y lo repito de nuevo
para el que quiera entender:
Son penas muy encimadas
el ser pobre y ser mujer.
Carmen Soler
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