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Pedro Lapido Estran - "El hombre" (fragmento)

Pedro Lapido Estran, cuya biografía hemos presentado en una entrada anterior de este blog y cuya fotografía puede verse en la columna lateral, es uno de los participantes en el Volumen I de nuestra antología "Cien Almas".

Aquí brindamos algo del material que formará parte de ese trabajo que esperamos concluir antes de fin de año. Recordamos que ese volumen de la antología irá incorporado a un CD y, como primicia, les contamos que también tendrá una presentación internacional a través de una videoconferencia de la que ya diremos más.

Ahora, al trabajo de Pedro, ilustrado con lo que podríamos llamar "portada" del mismo.


Simplemente vivir tal vez no sea
más que el sino angular del ser humano
desde el origen mismo de los tiempos,
-si alguna vez el hombre ha comenzado-.

Porque el hombre aparece entre las piedras
desde tiempos remotos e ignorados
y burlándose a veces de las ciencias
nos asombra de pronto un cavernario.

Tal vez sea el mismo hombre reciclado
en enigmas de gases incorpóreos,
en minúsculos dioses microbianos,
o en etéreos submundos nebulosos,
que son dimensionales o sagrados.

Porque: qué sabe el hombre de sí mismo,
si en un hurgar de absurdos atavismos
no descubrió su historia: ¡La ha inventado!.
Y en vano seguirá buscando un hueso
que le demuestre que él es más que eso:
un paria cuyo origen ha olvidado.

Tal vez es la ignorancia de su cuna
lo que sumerge al hombre en una bruma
de demenciales odios ancestrales.
Puede ser que hasta crea que ha nacido
para ser Dios final de los caídos,
sobre una lápida de iniquidades.

¡Tan distinto es el hombre de los hombres!
es tonto y es genial; enano y alto.
Es buitre y es chacal; paloma y ganso.
Es pastor y guerrero de la fe;
mata en nombre de Dios como del Diablo;
reza e insulta con la misma boca
y hiere y cura con la misma mano.

Ha inventado que es rey del universo
cohabitando en un barrio de galaxia.
Cree ser hijo de un Dios que nunca ha visto,
tal vez para ser fruto en vez de planta.

También en nombre de Él, exalta vidas;
por la misma razón, las acapara,
y otorgándose títulos divinos,
en nombre de ese Dios," bendice y mata ".

Todo empezó en un tiempo en que los cielos
aún no vestían su toga inmaculada.
Cuando lloraban permanentemente
sobre una esfera inquieta y alterada.

En algún recoveco indiferente
se produjo una cópula ordenada,
y de pronto una ameba diferente
le dio al pantano fuerza inesperada.

No se sabe por qué, cómo ni cuándo,
pero de pronto surgió un cavernario.
Es lógico pensar después de todo,
que en tantos siglos suceda un milagro.

Porque lo creó Dios, según la iglesia,
porque la evolución, según los sabios.
Nació, llegó, lo hicieron, se quedó,
no existe hoy quien pueda demostrarlo.

Así de pronto, aparece en la historia,
ripio final en una frase extraña.
No tiene por qué estar, pero se encuentra,
capricho de un autor o gruesa falla.

Mas no se queda allí, quiere ser verbo,
e inventa un nombre: "Campo de batalla".
Aún no sabe sembrar y crea la guerra,
la tiene que regar y entonces, "mata".

Sofistica la piedra y la madera,
de una inocente rama hace una lanza.
Aprende el golpe primero que el beso,
no sabe acariciar y ya desgarra.

Y vierte sangre, sangre por doquier,
un líquido viscoso que lo embriaga;
mucho más que el fermento de las uvas,
mucho más que el aroma de la amada.

Pronto mezcla a la muerte y el amor,
y la sangre con vino más lo embriaga;
en un caleidoscopio del horror,
la muerte con la gloria se entrelazan.

Viste de harapos para trabajar,
para la guerra, sus mejores galas;
descubre el bronce por casualidad,
rápidamente mejora su espada.

Y va cambiando el asiento del poder,
que empezó con el hombre más pesado;
continuó con el grupo mayor,
y luego con los hombres más armados.

Esta secuencia se repetirá
como las notas en un pentagrama,
la hegemonía, se disputará
y el poder cambiará cada mañana.

Pero la fuerza no conseguirá,
retener el poder en su morada.
La inteligencia tiene a su favor,
que puede trabajar, agazapada.

Tal vez fue algún eclipse que dio el Sol,
tal vez alguna lluvia inesperada.
Alguien supo observar y conservar,
y el sacerdote doblegó a la espada.

***

Recordamos a los amigos poetas que estamos ingresando material para el segundo volumen de la antología "Cien Almas". Para participar, les rogamos solicitar información a:

buscadoresdearte@yahoo.com.ar


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